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No, no es que me esté quejando. Es que esta es mi vida (y duele, a ratos con estilo).

Corazon gris. Kryusman

Hoy no vengo a hacer humor del todo.

Hoy vengo con el corazón un poco gris.

No negro, no roto. Solo… gris.

De esos días en que todo pesa y nada encaja del todo.


Y hay una cosa que me viene apretando el pecho desde hace días y necesita salir en forma de palabras:


No me gusta sentir que me quejo.

Pero tampoco me gusta que cuando me preguntan “¿cómo estás?” (y encima me dicen “pero dime la verdad”), mi respuesta termine pareciendo el resumen clínico del hospital.

Dolor aquí, ardor allá, niebla mental nivel Londres, y un extra de insomnio sin receta.


A veces me encantaría decir simplemente “bien” y seguir.

Pero entonces, ¿qué pasa con la autenticidad que tanto promulgo?

¿Dónde queda la sinceridad si me la trago solo para no incomodar?


Porque sí:

✔️ Tengo síntomas.

✔️ Tengo brotes.

✔️ Tengo un máster en fingir que no tengo nada.


Y una pequeña frustración con que la sinceridad venga acompañada de miradas tipo “ay, pobre” o frases del estilo “¡tú puedes!” con la energía emocional de una acelga.


¿Y sabes qué es lo peor?

Que tengo la sensación de que mi vida gira —a veces sin quererlo— alrededor del Sjögren.

Que mis conversaciones pasan por el filtro de “lo que me duele hoy”, “lo que no dormí anoche”, “lo que no pude hacer otra vez”.

Y sí, hay días en los que estoy TAN harta de hablar de esto, que preferiría decir simplemente:

Estoy bien.”Y cambiar de tema.

Aunque no lo esté.

Pero soy sincera.

Porque lo intento.

Porque me duele, sí, pero también me importa.

Porque no quiero convertirme en ese cartel decorativo de “fuerte y resiliente” solo porque soy psicóloga y “debo saber cómo gestionar esto mejor que nadie”.

(Alerta spoiler: eso también duele. Mucho.)


Así que, si alguna vez te sentiste culpable por decir la verdad, por no sonreír, por no tener fuerzas, por tener un cuerpo en huelga y un alma a media jornada...

Te entiendo.

Te abrazo.

Y te prometo que, aunque hoy mi corazón esté más gris que rosa, mañana tal vez lo pinte de nuevo.

O me lo pinte Luna con sus patitas llenas de tierra, que también sirve.

O Tigre, el dramático, con su pose de tragedia griega en el sofá.

O Annie, la zen, con su respiración profunda y esa mirada de: “todo pasa si lo meditas lo suficiente”.

Porque incluso en los días grises, siempre hay algo —o alguien— que nos recuerda que el corazón… todavía baila.

 

A veces me enfado conmigo.

Porque quiero hacer más.

Porque quiero escribir sin que me arda la espalda como si me hubieran puesto brasas entre los omóplatos.

Porque quiero pasear sin calcular los metros como si mi cuerpo fuera un GPS con batería baja.

Porque quiero tomar decisiones sin tener que consultar con el comité interno: mis articulaciones.

Y sin embargo… sigo aquí.

A veces llorando.

A veces riendo.

Otras veces haciendo ambas cosas a la vez, lo cual da un look muy confuso pero bastante auténtico.

Muchas veces con un té tibio en la mano —que olvidé tomar caliente—y tres gatos repartidos entre el teclado, mis piernas y mi dignidad.

Ellos no saben de enfermedades, ni falta que les hace.

Pero sí saben cuándo no soltarme.

Saben detectar un corazón bajito desde el otro lado de la casa.

Y se me instalan encima como si fueran pesos terapéuticos de amor.

Así que no, no estoy como quisiera.

Pero tampoco estoy sola.

Tengo té (a veces con pelos flotando),tengo letras (aunque a veces se escapen),y tengo compañía infalible con bigotes y poderes mágicos para hacerme reír justo cuando estaba a punto de rendirme.

Y a veces, con eso… basta.

 

Lo que me salva, y me recolorea el alma cuando se pone gris (porque sí, a veces hasta el corazón más rosa necesita retoques):


✔️ Esta comunidad hermosa que entiende sin que tenga que dar explicaciones médicas ni sonreír por compromiso.

✔️ El humor, aunque sea seco, absurdo, o de ese que solo entienden los que también conviven con goteros en la cartera.

✔️ Escribir… porque me ordena, me libera y, de paso, le pone palabras a eso que muchas no saben cómo decir (y me dicen “¡yo también!”).

✔️ Saber que no estoy sola. Que no estamos sol@s. Y que eso, ya es medicina.

✔️ Poder hablar del dolor sin que me defina. Poder escribirlo, contarlo… y hasta reírme un poco de él, con dignidad y ojeras.

✔️ El amor de mi esposo, que me acompaña con ternura real (y memes).

✔️ Mi pandilla felina, que no entiende de diagnósticos, pero sí de calorcito, compañía y ronroneos bien ubicados.

✔️ El amor incondicional de mi padre, que está siempre ahí, con su abrazo fuerte y su “¿cómo te sientes mi china?” que me centra.

✔️ Y algo que no siempre digo, pero siento: saber que lo que hago —aunque nazca del caos o del cansancio— suma en otros corazones dulces, secos y valientes.

Como el mío. Como el tuyo.


✨ Porque al final, no se trata solo de lo que duele…sino de lo que aún nos hace reír, escribir, compartir y sentir que aquí sí nos entendemos.


Kryusman tu corazon baila

¿Y tú?


¿Qué te está ayudando hoy a recolorear tu alma cuando se pone gris?

Te leo con el corazón abierto (y una manta, por si hace falta).


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Tu Corazón Baila — Aquí no curamos milagrosamente... pero te acompañamos con amor, humor y alguna que otra carta que te abra el pecho (de emoción, claro).

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