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¿Y ahora qué? Cuando el diagnóstico te sacude como un terremoto emocional

A ver, sinceramente: que te digan “tienes síndrome de Sjögren” no es algo que una se tatúe con orgullo al día siguiente. No es precisamente una noticia que te den en una fiesta, con serpentinas y confeti. Es más bien una especie de terremoto emocional que te agarra desprevenida, con las bragas mal puestas y todo fuera de lugar.


Recuerdo ese momento como si me lo hubiese dictado Almodóvar: cara de póker, neuronas peleando por entender la palabrita (“¿cómo era que se escribía esto?”), y una vocecita interior repitiendo: “Esto debe ser una broma. ¿Verdad que es una broma?”

Pero no, no lo era.


Y entonces viene el ahora qué.

Porque claro, una piensa que el diagnóstico trae respuestas… pero en realidad trae más preguntas, un poquito de miedo, una pizca de rabia y un tsunami de emociones que te dan vuelta como a calcetín recién salido de la lavadora.


El epicentro del terremoto: emociones a flor de piel

El miedo se disfraza de muchas cosas: de tristeza, de enojo, de negación, de ganas de comprarse todos los suplementos del herbolario. Y es normal. Cuando algo cambia radicalmente —como tu salud, tu cuerpo, tus certezas—, lo emocional tiembla.


En mi caso, pasé por todas las etapas del duelo en una semana: negación, enfado, pacto con el universo, tristeza profunda y… bueno, un intento de aceptación mientras comía helado viendo documentales de enfermedades que no tengo (error de principiante, por cierto).


¿Qué me ayudó a no quedarme enterrada en los escombros?


  1. Hablarlo con alguien que no quisiera “arreglarme”. Solo escucharme. Una amiga, un terapeuta, mi gato (vale, no hablaba, pero no juzgaba… y eso cuenta).

  2. Escribirlo. Así empezó este libro y este blog. Escribir fue una manera de ponerle nombre al caos y encontrarme en medio del ruido.

  3. Darme permiso para estar hecha polvo. Porque el optimismo mal entendido también duele. A veces lo más sano es decir “hoy estoy en ruinas, mañana vemos”.

  4. Buscar belleza en lo cotidiano: una flor que se abre, una canción que me pone la piel de gallina, una taza de café que me recuerda que sigo aquí, presente, viva.

 

¿Y tú?

Tal vez lo que me funcionó a mí te sirva de guía, o tal vez no. Porque cada terremoto es diferente y cada alma necesita su propia brújula. Pero si puedo dejarte con algo, es esto:

No estás sola. No estás roto. Solo estás en medio de una transformación.


El síndrome de Sjögren no es lo que soy. Es algo que tengo, como quien tiene lunares o una voz chillona. Pero yo sigo siendo yo. Y tú también.

Con amor y risa,

Kryusman


Carta al terremoto emocional


Querido terremoto,


Mira, no sé si darte las gracias o mandarte a la mierda, pero bueno, empecemos por lo honesto: me revolcaste el alma. Literal. Como si hubieras dicho “vamos a ver si esta mujercita sabe llorar por dentro”.


La verdad, el día del diagnóstico hice una pataleta interna que ni una telenovela venezolana. Me puse en plan "esto no puede estar pasándome a mí", "yo soy una buena persona", "esto debe ser un error del universo". Me miraba al espejo con cara de tragedia griega, dramatismo nivel premio Oscar.


Y al día siguiente, cuando me vi desde afuera, me dio risa. Me imaginé haciendo todo ese numerito mientras el pobre reumatólogo me explicaba con cara de “esto es lo más común del mundo”. Me burlé de mí misma, de lo intensa que me puse, de lo ridícula que puede ser una cuando le dicen algo que no quiere oír.


Pero ¿sabes qué? Soy humana. Y eso también se vale. Se vale no entender nada, hacer berrinche, negar la realidad y luego reírse de todo eso mientras te tomas una infusión que ni te gusta, pero te hace sentir “saludable”.


Gracias por sacudirme, terremoto. Me dejaste grietas, sí, pero por ahí entra la luz.

Con un poco de drama, mucho humor y amor del bueno,


Kryusman

 

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